Los paisajes registran el modo en el que la sociedad se vincula con el mundo. Tengo el firme convencimiento de que los herbarios están cargados de significados, mucho más allá de la mirada analítica y clasificadora que les da forma.
Paisaje ibicenco. Inula, 2023
Los paisajes registran el modo en el que la sociedad se vincula con el mundo. Tengo el firme convencimiento de que los herbarios están cargados de significados, mucho más allá de la mirada analítica y clasificadora que les da forma. De hecho, en el Renacimiento, un herbario también se utilizaba para referir a un conjunto de plantas vivas que iban a estudiarse o enseñarse. Si sustituimos el herbario por un paisaje y lo analizamos desde ejemplares vegetales que puedan caracterizarlo, obtenemos un resultado que puede ser tan poético como preocupante o, al menos, esto es lo que me ha sucedido recientemente con Paisaje ibicenco.
En un corto lapso de tiempo se han dado la suma de varios factores, inquietudes y sensibilidades. Por una parte, la mirada ecológica propuesta por Ellen Swallow. Por otro lado, análisis desarrollados por John Berger y, finalmente, mi experiencia del paisaje ibicenco. La cuenta ha resultado en una evidencia nada novedosa y no por ello menos importante: los espacios naturales como voces que gritan a los cuatro vientos y alertan del precipicio al que caminamos.
En 1886, el biólogo y naturalista alemán, Haeckel, acuñó el término “ecología”, Oekologie, del griego Oikos, que significa hogar o lugar donde vivir. Definió el nuevo concepto como la ciencia que estudia el conjunto de relaciones entre un organismo y su ambiente, y también como una relación dinámica entre las especies y sus hábitats. Dos décadas y media después, Ellen Swallow, contemporánea de Haeckel, acabaría de perfilar el término ecología ampliando la explicación del concepto como un conjunto muy ligado a las personas: “la ciencia de las condiciones de salud y bienestar de la vida humana diaria”. Pese a que estos matices no calaron en la masculina sociedad imperante en los círculos científicos e intelectuales, se trata de una mirada muy actual. Swallow ponía el acento en cómo las personas afectamos enormemente la cadena de relaciones del mundo vivo del que formamos parte y al que estamos vinculados. Su definición quedó eclipsada por la de Haeckel y éste creó la base para el resto de definiciones que se han ido produciendo hasta nuestros días. No obstante, la propuesta de Swallow era realmente contemporánea y de estructura transversal, ya que permitía la implicación de personas de campos de conocimientos no científicos, ingenieros/as, gestores/as, profesores/as…. Su ciencia estaba enfocada a cambiar el mundo, más allá de observar y registrar procesos.
Por su parte, John Berger, en su trilogía narrativa Into their labours (1974), relata el viaje de los campesinos europeos que emigraron a las metrópolis, así como la de los que no lo hicieron y permanecieron apegados a sus tierras. En definitiva, un retrato de los conflictos del mundo rural y la importancia del conocimiento campesino para la vida moderna.
En la década de los 70, Ibiza se convirtió en un destino de singularidad única: una conjunción entre hippies y payeses en una convivencia de acogida recíproca. Sin embargo, ese equilibrio no tardó en perderse, el turismo de fiesta que vive de espaldas al territorio ha ido acabando con la riqueza del paisaje de secano de la isla. Las zonas costeras están conquistadas por discotecas, bares, tiendas de recuerdos, hoteles y urbanizaciones, parceladas en propiedades frecuentemente divididas por setos de adelfas. A su vez, el interior, aunque abandonado e inundado por vegetación arvense, permite entrever su reciente pasado rural, explotaciones de algarrobos, olivos y algunos cítricos.
Ibiza. Inula, 2023.
Una vez más, el paisaje vegetal definía la historia pasada y presente de una tierra. Era imposible no preguntarse cuál es el sentimiento que los ibicencos e ibicencas deben tener al vivir en una realidad sometida a las temporadas turísticas que ha hecho de la isla un territorio dependiente del exterior, con un campo abandonado.
Decidí plasmar mi duda con un retrato de la realidad que percibía en lo que vendría a ser un herbario, a través de especies representativas del lugar. La privatización y parcelación del territorio estaría caracterizada por las adelfas (Nerium oleander). La olorosa zanahoria silvestre (Daucus carota) representa el campo, antaño trabajado y actualmente abandonado. Y, por último, el pasado agrícola se materializa en el algarrobo, con ejemplares apuntalados que sobreviven en los sembrados de futuro poco alentador, pero que antaño supusieron el sustento de la vida de muchas familias y recientemente ha sido un cultivo reactivado en otras islas del archipiélago.
Herbario. Inula, 2023.
Siempre he pensado que las coincidencias no son exclusivamente fruto de la casualidad sino también lecturas transversales e intereses, previamente existentes, hacia un hecho. Para secar las plantas lo único que tenía era el librillo de la exposición “Permanent red”, sobre John Berger, que se había inaugurado en La Virreina, Centre de la imatge de Barcelona, hacía poco más de veinte días. Con cuidado y deseando que las plantas aguantasen el viaje “sanas y salvas, para poder hacer unos pliegos” me limité a utilizar las diecinueve páginas como caja de Ward. Condiciones de salud y bienestar de la vida humana diaria, definidas por la ecología de Swallow, han sido suplantadas por una dependencia absoluta de la importación. El proletariado industrial de las reflexiones de Berger, ha dado el relevo a un personal de hostelería que trabaja a destajo en horarios de ritmos nocturnos infinitos y duermen a costa de alquileres desorbitados.
¿Coincidencias o despertar la consciencia?
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