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Rosa Durán Rodríguez

Robert Eggers, poeta visual

A través de sus historias, presentadas en épocas remotas y escenarios que rayan lo sobrenatural, el director nos guía por los recovecos de la mente humana, explorando los límites de la misma, incitandonos incluso a reflexionar sobre temas todavía prevalentes en la sociedad




Robert Eggers se ha convertido indiscutiblemente en uno de los directores contemporáneos del momento en cuanto a cine de horror. Con su próxima película en rodaje y lista para llegar a las pantallas a lo largo del año que viene, echar la vista atrás para entender el éxito de sus dos películas - “La Bruja” (2015) y “El Faro” (2019) - parece algo más que obligado.


Si bien sus trabajos han sido clasificados como películas de horror, me permitiré decir que, a mi modo de ver, tanto “La Bruja” como “El Faro” son más bien thrillers psicológicos donde los personajes se sumergen lentamente en la locura a la que los empuja su entorno.


Me atrevería incluso a aventurar que la expectación de miles de cinéfilos por su nuevo trabajo se debe en parte al carácter cinematográfico tan personal y metafórico del director. Un estilo que está presente en ambos trabajos de Eggers, con patrones - tanto narrativos como formales - que se repiten una y otra vez, pero que no dejan, no obstante, de sorprendernos y fascinarnos.


A través de sus historias, presentadas en épocas remotas y escenarios que rayan lo sobrenatural, el director nos guía por los recovecos de la mente humana, explorando los límites de la misma, incitandonos incluso a reflexionar sobre temas todavía prevalentes en la sociedad.



MORALIDAD A LA DERIVA


Para ponernos en contexto “La Bruja” cuenta una historia de superstición en la Nueva Inglaterra del siglo XVII a través de Thomasin y su familia, que tras ser expulsados de su comunidad se asientan al límite del bosque. Sin embargo, las desgracias se suceden una tras otra hasta que el misticismo y las creencias religiosas se imponen, lastrando a la familia a una espiral de desconfianza, frustración y fanatismo que supondrá el fin de la misma.


Por otro lado, “El Faro” también se remonta a finales del siglo XIX para contar, esta vez, la historia de dos guardas encargados del mantenimiento de un faro en una isla remota de Nueva Inglaterra perdida en la nada y alejada de todo atisbo de civilización. El aislamiento, la dureza de las condiciones y las sospechas sobre las verdaderas intenciones del otro los llevarán al extremo último de la cordura.


Por dispares que puedan parecer a primera vista estas dos películas, no es del todo descabellado pensar que es el enfrentamiento con el poder y con el orden establecido el elemento común que envuelve y arrastra a los protagonistas a su viaje hacia la locura.


Dicho de otra manera, en ”La Bruja”, Eggers se apoya en las creencias religiosas de los colonos para mostrarnos las consecuencias de la ruptura de la estructura familiarpatriarcal. Un canon de masculinidad inalcanzado, un padre sin autoridad, incapaz de mantener a su familia, desamparada y abocada al desastre.


En esta línea, “La Bruja” - título ya de por sí sugerente por sus connotaciones - se ha interpretado frecuentemente como una historia emancipadora, de liberación femenina, gracias al fracaso de la unidad familiar que oprime a Thomasin. Sin embargo, a mi parecer, Robert Eggers no ofrece una lectura tan simplista, sino que aprovecha para hacer una crítica: sea cual sea el sistema - en este caso una estructura familiar cristiana patriarcal frente a un modo de vida pagano, asociado al mal y a la perdición moral - la figura femenina estará siempre sometida de una u otra manera a unas normas impuestas por dicho orden.


En cambio, en “El Faro” - de nuevo, un título bastante sugerente por su inmediata asociación inmediata a una metáfora claramente fálica - Eggers hace uso de las leyendas marinas, la desconfianza y la falta de información para sembrar el caos entre unos personajes marginados, sedientos de poder y enfadados con el mundo para cuestionar su masculinidad.


Así, la historia se construye en torno al juego de poder entre los dos guardas del faro y sus ansias de dominación. En “El Faro” tener el poder es poder someter al otro y ser más que este. De este modo, Eggers nos plantea de manera muy sutil una interesante reflexión sobre la definición de masculinidad en la que se basan los personajes. Es decir, Ephraim al desafiar al orden establecido e intentar imponerse como figura dominante exhibe una hipermasculinidad que bien podría asociarse a todo lo contrario: un intento por ocultar la tensión homoerótica que existe entre ambos personajes.


Sería precisamente esa desviación moral, la que lleva, tanto a Thomasin como a Ephriam a la locura final. De hecho, no deja de ser curioso el hecho de que ambas cintas terminan de manera muy similar: los personajes riendo histéricamente antes de descubrir su destino final.



EL PODER DE LO NATURAL


Una rama que cruje, una hoja que cae al suelo, el silencio más abismal. El ensordecimiento que provocan las olas, el viento que se cuela por las entrañas y el agua que cala hasta los huesos y moja hasta el último hueco del alma. Esta naturaleza con cualidades sobrenaturales parece que es para el director norteamericano un requisito esencial en sus películas.


Sin lugar a dudas “La Bruja” no sería lo mismo sin la amenaza constante del bosque, que esconde criaturas maléficas de moralidad corrupta, sin ese bosque prohibido, sinónimo de brujería y ocultismo, lugar impuro al que no se debe acceder para no ponerse en peligro, ya no solo físicamente sino moralmente. Esta dimensión de límite infranqueable del bosque se ve, sin lugar a dudas, respaldada por la figura del conejo. Señal de mal augurio, de las consecuencias nefastas de cruzar la línea y adentrarse en el bosque, lugar de brujas, profecías y paganismo.


O “El Faro”, de manera similar, perdería toda su esencia sin el viento constante que impide avanzar a los personajes y amenaza con destruir su único refugio en cualquier momento; sin el sonido atronador y persistente del faro, cuál llamada desesperada de auxilio a tierra; o sin el mar que los mantiene juntos y los aísla al mismo tiempo, provocando sus delirios y locuras. Así, la gaviota - animal carroñero, dispuesto a todo con tal de conseguir su objetivo y sobrevivir al resto - aporta esa dimensión de peligro, de vigilancia constante por parte de un ente superior, dispuesto a castigar a su antojo a los personajes. Esta, junto a la sirena, peligrosa figura femenina cuya única meta es destruir la vida de los hombres y disfrutar en el proceso, confrontan a los personajes a su verdad más temida: su propia naturaleza.


A decir verdad, sin la presencia de un entorno tan característico y determinante para los personajes, ninguna de las historias podría desarrollarse. De igual manera, los animales, que con su mera presencia nos envuelven en un aura de misterio escalofriante, problematizan e intensifican los conflictos de los mismos.



UNA AGONÍA CONSTANTE


Desde el primer minuto Eggers - con ese uso asíncrono de la música y un formato visual tan claustrofóbico como el de “El Faro” - nos sumerge en un mundo de tensión constante, de nerviosismo y tirantez emocional donde nada es lo que parece y todo puede volverse en tu contra.


Claramente este es el efecto que esos entornos fantasmagóricos y escalofriantes tienen en los personajes. Unos personajes que viven en la incertidumbre y la alerta permanente. Para verlo más claramente, es innegable que Thomasin, ante los acontecimientos “catastróficos” y las acusaciones de bruja por parte de su propia familia, se encuentra en una turbación permanente. Creo, sin embargo, que Eggers, hace uso de las sospechas sobre Thomasin como metáfora de las ansiedades subyacentes de la época.


En otras palabras, la desconfianza que genera Thomasin en su familia, que la somete a un estado de inseguridad perpetuo, no es más que el reflejo del miedo a la sexualidad femenina en la sociedad de la época. De hecho, a mi modo de ver, es precisamente ese miedo - inducido en parte a través de los elementos místicos del entorno - el que motiva las acciones de Thomasin y la empujan a su destino final.


En el caso de “El Faro”, las leyendas creadas en torno al lugar en el que se encuentran, y las creencias que dominan sobre la razón, siembran la desconfianza y la paranoia en Ephraim.


El aislamiento, provocado por el entorno que los retiene, hace que un Ephraim histérico tenga que enfrentarse a sus miedos y sus delusiones, lo que aumenta y refuerza su percepción de peligro e inseguridad. De nuevo, Eggers aprovecha para llenar de significación este malestar agónico incesante. El pavor del joven ya no es tanto a causa del otro sino más bien a causa de sí mismo.


Dicho de otra manera, en su intento de obtener el control y someter a Thomas, Ephraim ansía adscribirse a un modelo tóxico de masculinidad que lo arrastra a la enajenación. Así el joven termina cometiendo acciones más típicas de un monstruo que de un hombre. Está arrastrado a un destino del que no puede liberarse y que provoca en él un estado de paranoia infinito, influido por el entorno opresivo.




Es por lo tanto, el fracaso y el fallo en la norma, reforzado por la dimensión sobrenatural del propio entorno, el que lleva finalmente a la locura a ambos personajes. De hecho, ese misticismo se plasma a la perfección en las últimas imágenes de sendos films, que bien podrían ser reinterpretaciones del Prometheus de Rombouts o del “Vuelo de brujas” de Goya.

Evidentemente con finales tan abiertos que dan pie a realizar una y mil lecturas es imposible deducir la intención final del director, aunque en mi humilde opinión ambos largometrajes podrían entenderse como adaptaciones contemporáneas de "El Resplandor" de Kubrick.


En cualquier caso, está claro que Robert Eggers, de manera consciente o inconsciente, tiene una clara preferencia por entornos donde la naturaleza sea parte esencial del viaje a la locura de los personajes, donde la superstición y las creencias adquieren un rol esencial.


Mientras esperamos ansiosamente la llegada a las pantallas de su nuevo trabajo “The Northman”, podremos seguir disfrutando sacando conclusiones, analizando y profundizando en la significación de sus películas, sin embargo creo que por hoy es suficiente.

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