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Carlos Klett

Realidad, abstracción e incertidumbre

Este texto está basado en los escritos de Georges Didi-Huberman sobre las diferentes maneras de concebir y analizar el concepto de cráneo a nivel físico, corpóreo, histórico, espiritual, psíquico, etc y las diferentes formas de entender su relación con la naturaleza y con la idea de escultura.




SER CARACOL. SER RÍO. SER ATRIO.


En uno de los pasajes reflexiona sobre la relación continua que destaca entre el concepto de perfección heredado, el enfoque de corporalidad del cráneo, el objetivo de restitución correcta de cuanto vemos a nuestro alrededor instituido por los artistas del Renacimiento, y la contraposición y disyuntiva que genera precisamente la excavación anatómica y la pasión por la perspectiva y las proporciones generando consecuencias irónicamente desequilibrantes, desordenadas o poco exactas. Las formas de la naturaleza y lo áureo, la supuesta concepción de belleza innegable encontrada en la naturaleza y traducida de forma matemática. Curiosamente cuando más se ha intentado constreñir un aspecto de la naturaleza humana, siempre han acabado por escaparse aspectos fuera de nuestro alcance o han quedado lagunas que parecen resistirse a ser etiquetadas, explicadas y definidas. Buscando el orden encuentras más desorden, y buscando la razón, encuentras más sinsentidos.


“La forma era ya órgano y orgánica, aunque fuera pensada en el marco de una estricta geometría”

Esto también me lleva a pensar en la capacidad instintiva del ser humano a nivel sensorial para detectar asimetrías, el error, las diferencias. De intentar racionalizar y explicar absolutamente todo, no deja de ser un acto osado considerarse mínimamente capaz. El antropocentrismo nos ha hecho creer superiores a cualquier ente de nuestro universo. Una idea especista que nos ciega. Pertenecemos al 0,3% que engloba toda la vida animal de nuestro planeta. El otro 99,7% pertenece a la vida vegetal. Las plantas podrían vivir perfectamente sin nosotros, en cambio nosotros sin ellas nos extinguiríamos en un breve periodo de tiempo.


Su capacidad de poner a prueba su adaptación cuando un cerebro humano intenta reaccionar ante una circunstancia o estímulo completamente nuevo y desconocido que nunca ha tenido que gestionar. Como cuando nuestro sistema, todavía ajeno a nuestro razonamiento y síntesis continua, oye, ve, huele o percibe a través de cualquiera de nuestros medios de relación y contacto con el entorno, un estímulo que, al menos durante unos instantes, no sabe gestionar u ordenar. Nuestro yo innato, que parece ser un ente propio y autosuficiente, busca referentes anteriores ya archivados para utilizar y comparar y casi de forma desesperada, automáticamente dar sentido o explicar aquello que estamos experimentando. Aparece una experiencia contra-visual. Algo que nos descoloca. Como cuando conoces a alguien por primera vez y tus músculos oculares comienzan a producir movimientos sacádicos involuntarios ordenados en función a nuestra forma de leer las imágenes en Occidente, los mismos que hacen para poder leer cada palabra de este texto. Recorriendo un rostro y sus rasgos, sus medidas, sus tamaños, sus texturas y sus distancias… Analizándolo. Y en base a eso, generar una sensación, un juicio, y dejar caer ese bello instante de verdad en las redes construidas por nuestro ser social, provocando que algo o alguien nos parezca atractivo o desagradable, por ejemplo. La experiencia estética sincera, pero no vacua ni simplista. Dar valor a lo que siento, aunque no sé por qué lo siento, ni si quiera lo que es exactamente. Pero sé que es así y que no puedo evitarlo. No tengo decisión sobre muchas cosas que mi sistema y organismo proyecta y genera. No somos inmunes a todo. Somos vulnerables.


No debería resultar extraño pensar que la respuesta para todo está en la naturaleza, entendiendo a esta como el cosmos. ¿Cómo podemos vivir nuestras vidas encerrados en nuestra burbuja de sociedad, cultura e infinitas formas de vivir, nuestras rutinas, concepción de éxito, posesiones materiales, relaciones sociales… sin pensar constantemente en todas esas realidades que nuestra existencia limitada no nos permite conocer y experimentar a través de nuestros sentidos? Sólo percibimos las longitudes de onda que tienen entre 400 y 700 nanómetros. Lo que significa que el espectro de luz visible para el ojo humano equivale a un 0,00013% del total. La ciencia ha demostrado que el humano sólo percibe un 0,0035% de la realidad aproximadamente.


Encuentro aquí relación con el problema de la abstracción absoluta en contraposición a la abstracción basada en una realidad ya sintetizada y comprendida en el pasado. En realidad, es una paradoja en el absurdo. Qué formas se supone que son realistas y cuáles no. Por qué damos por sentado nuestras extremidades y nuestros órganos. Simplemente porque hemos decidido en base a juicios de valor y utilidad basados en nuestras capacidades biológicas y la construcción de nuestro mundo, lo que es concreto y real, y lo que es abstracto y ficticio. Que algo suceda en nuestra mente no significa que no sea real. La abstracción existe en todas partes. La naturaleza, nuestro propio cuerpo y el universo, son abstractos. Nadie parece extrañarse o cuestionarlo cuando se ve una aurora boreal, una nebulosa, una célula o mismamente una roca. Se da por hecho, ¿por qué en una manifestación artística a menudo resulta incomprensible o incluso carente de valor? Quizás esto suceda en personas que no han estudiado o conocido el arte, pero no deja de ser una reacción de lo más común entre la mayoría del público medio. El hecho de “no entender” deriva en una frustración y un juicio, y posteriormente en un rechazo o desinterés. Este tipo de receptor se siente puesto en duda o amenazado porque no es capaz de descifrar lo que se le presenta.


Recuerdo una anécdota contada por una de mis profesoras: nos habló de que sus hijos pequeños únicamente habían experimentado el arte abstracto. En su casa sólo había cuadros abstractos y sólo visitaron exposiciones así. Todo formas y colores. Geometrías y texturas. Un día fueron a visitar una exposición de bodegones de Zurbarán, y lo sorprendente fue la reacción de los niños. Cargados de extrañeza expresaban de forma genuina y sin filtro su disgusto. No entendían nada. No entendían por qué iba alguien a pintar unos pimientos, un melón y una jarra. Se encontraban horrorizados al ver esos peces y perdices muertos, esos ambientes lúgubres y armonías de colores sobrios y fondos oscuros. Parecían encontrarse impasibles ante su increíble parecido con la realidad o su capacidad técnica. A l fin y al cabo, hay un arte abstracto de puro análisis teórico e histórico, pero en ocasiones sólo hace alusión a las reacciones más automáticas, a las formas básicas que componen el universo. Quizás reclama participación de nuestra parte. Perception Requires Involvement. Debería resultarnos incluso más fácil conectar con ello. Hace alusión a lo primigenio de nuestra naturaleza humana y de nuestra percepción. Quizás no nos pida nada más allá que el mero acto de observar y experimentar. Este tipo de obras nos hacen partícipes. No nos presentan una realidad tal y como la conocemos y en la que no tenemos oportunidad de interactuar o de completar la obra con nuestra reflexión. A pesar del rechazo que suscita, precisamente el arte contemporáneo es el que pone al artista y al espectador al mismo nivel, y le da la oportunidad de formar parte del proceso y de la experiencia artística. Rompiendo las barreras del artista genio creador y el que se limita a observar y aplaudir.


Es aquí donde cobra importancia el hecho de cómo se enfrenta a la obra. De su actitud, posición y estado mental. Quizás deberíamos aprender a disfrutar de no entender. A dejarnos invadir y estar abiertos a experimentar y sentir ante algo por lo que seamos escépticos.


Como describe Juan Luis Moraza en su conferencia de 2009 “El Deseo del Artista” cuando habla del deseo de transformación, soy muy consciente de la división que existe en un artista en cuanto a su ser social y su ser creativo. Siempre me lo he planteado como varios estados mentales coexistentes. Por lo general vivimos en un estado mental más plano y cercano en el que miramos las cosas desde la frialdad y banalidad, actuando por inercia. Como rechazando la intensidad del pensamiento profundo, apartándolo a un segundo plano. Hasta que, por ejemplo, escuchamos una canción que nos llega al alma, y eso rompe con nuestro estado de auto-anestesia.


Es como una forma de situarse ante una obra. Como ir a una exposición pensando en que vas a encontrarte con un montón de patrañas vacías. Creo que es necesario un ejercicio de introspección antes de enfrentarse a una obra tanto tuya como ajena en cualquiera de las materias en que pueda existir. Hay ciertas artes que considero más inmediatas, como la música. Incluso yo, estudiando artes visuales y pretendiendo dedicarme a ellas en un futuro, soy mucho más susceptible al sonido y las combinaciones que pueden hacerse con él para generar lo que se pueda entender por música. También soy muy sensible a la experiencia visual. Las imágenes que pasan por delante de mí en mi vida generan reacciones bastante inmediatas tanto en mi mente como en mi cuerpo, pero la música conecta con las personas de una forma mucho más automática a mi parecer. Hay muchos estudios que hablan sobre esta influencia tan potente y por qué los seres humanos en su forma más instintiva, como es la de los lactantes, reciben una estimulación distinta a cualquier otra a través del sonido y cómo éste influye en el desarrollo del cerebro. El escuchar la voz de la madre, por ejemplo.


A menudo he reflexionado sobre estos estados en los que se entra y se sale de forma involuntaria. Lo definiría como algo con lo que conectar. No estamos en el mismo grado de sensibilidad en todo momento. Es muy fácil decir que algo no te llega cuando estás en el estado del convencionalismo social, aquí piensas de forma racional y coherente, simplificas y eres mucho menos susceptible a los estímulos. Como sucede con la presión de grupo, está demostrado a nivel neurológico y psicológico que somos muy susceptibles al comportamiento ajeno y que el hecho de encontrarnos en grupo condiciona notablemente nuestra forma de comportarnos o las decisiones que tomamos. No siento que exista una simbiosis perfecta en la que combinemos la profundidad de determinadas emociones con las más superficiales. Muchas veces nos quedamos demasiado tiempo en esta línea plana en la que no nos dejamos afectar. Por ejemplo, podrías trivializar sobre la idea de la meditación, hasta que decides meditar. Es fácil reírse y hacer humor con este tipo de conceptos abstractos y cargados de prejuicio y estereotipo, si los miras desde la faceta de ciudadano medio en espacio de cotidianeidad. Parece que se huyera de la conexión interna con uno mismo y la conexión real con otros. Como una forma fingida de presentarnos ante los demás para hacer una interactuación posible y que la socialización sea plena y satisfactoria.


A veces me canso de vivir en la lógica, en lo sensato. En lo apropiado. En lo evidente, como si pusiéramos limites a nuestra forma de vivir para hacerla más fácil y entendible. Ahí está lo contra-visual de observar paciente a quien se salta estos convencionalismos, o lo bello de ver algo incomprensible, o ser tú mismo el que se los salta, despertando una especie de efervescencia. Agradezco ver, sentir, experimentar aquello que me saca de ese estado soporífero de “normalidad”. No sé cómo explicarlo. Pero creo que es el tipo de conexión que se experimenta durante el proceso creativo. Se despiertan cosas en tu ser que ni tú mismo entiendes. Y en el que todo eso que antes banalizabas empieza a cobrar sentido. Hay que estar abierto a conectar. Siento que, más aún en nuestra generación, el deseo de Hacer se ensucia con la frivolidad, del mundo social y la opinión. Es un factor al que creo que las últimas generaciones nos enfrentamos con más crudeza y al que muchas veces se sucumbe.


El deseo de Crear y el deseo de Hacer creo que debe nacer de una vibración interior que te mueve a experimentar el limpio y mero acto manual. No necesariamente a disfrutar de él. Simplemente explorarlo. Lo que al final somos. El tacto, el olor. Lo que sentimos a nivel físico y mental. Fuera de todo discurso decorado. El acto creativo y puro de no saber qué estás haciendo, moverte por lo que te pide el cuerpo. Un lema budista: “Nada es importante. Así que no importa triunfar o fallar. Da igual que alguien te conozca o que nadie te conozca. Si tienes sed, bebe. Si tienes hambre, come. Si tienes sueño, duerme”. El acto de Hacer debería, a mi parecer, mantenerse tan puro como eso. Esto me lleva a pensar que precisamente el deseo de Ser artista es la respuesta más obvia a un deseo de hacer despojado de autenticidad. Al hecho de actuar sin recompensa. Sólo por ti. De crear para ti, no para los demás.


Un buen ejemplo que resume todo lo anterior me parece el Automatismo Psíquico. La libre creación que intenta huir del propio control de la mente y el cuerpo que lo genera. Un cuerpo como medio, como mera herramienta o canal de una acción automática e incontrolada. El ser humano muestra una carencia para gestionar aspectos de su existencia que le resultan incomprensibles o inexplicables. Dejándolos existir libremente. Esto me parece que tiene una respuesta y consecuencia a nivel estético y visual, que también condiciona nuestra concepción perceptual de atracción y belleza, y nuestras decisiones falsamente entendidas como propias, en realidad instintivas e independientes a nosotros. Fuera de nuestro control. En esos momentos el ser humano se retrae a su forma más primigenia, generando una sensación de realidad pura y de auténtica verdad, en la que nuestro propio ser, de forma involuntaria, resuelve un simple problema o analiza una situación supuestamente errónea o incorrecta. Creemos tener mucho más control sobre nuestras decisiones, opiniones, gustos o sobre nuestro propio ser social (del cual supuestamente somos dueños y creadores) del que tenemos en realidad.


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