Os animo a coger vuestras listas y hacer el mismo ejercicio que yo; y no solamente en cuestiones de género. ¿A cuántos autores africanos habéis leído? ¿Qué proporción de obras anglosajonas, hispanas, asiáticas? ¿Cuánto ensayo, cuánta ficción, cuánta poesía? Profundizar en nuestras lecturas es, sin lugar a dudas, profundizar en el conocimiento de nosotros mismos.
La autora Ursula Le Guin en 1996 con su gato, Lorenzo. Credit. Jill Krementz, todos los derechos reservados
Hace muchos años, cuando mis lecturas se restringían al género de la ciencia-ficción, recuerdo leer el comentario de una lectora en un foro, que venía a decir (palabra más, palabra menos) que la ciencia-ficción era un campo de nabos. Lo era. Quitando excepciones como Ursula K. Le Guin, en la ciencia-ficción en español no había más que hombres. Y este asunto no era, en aquellos foros, un tema de debate. Todo lo contrario, era algo que se daba por sentado.
Durante los últimos trece años (al menos) apunto mis lecturas anuales. Me resulta gratificante (o narcisista), observar cómo la lista va creciendo conforme avanzan los meses. Si al llegar a mediados de diciembre supero la cincuentena de lecturas (a una por semana), me doy por más que satisfecho. Desde hace cuatro o cinco años, resalto también aquellas lecturas que han sido más relevantes (por lo que sea), y en el 2016, motivado por diversas lecturas feministas y mi pertenencia a un grupo de deconstrucción masculina, realicé un simple análisis estadístico en mis lecturas. La idea era saber la proporción de autores y autoras de lo que leía. El resultado fue poco sorprendente. La realidad era que, si bien con los años el porcentaje había ido aumentando, la proporción de autoras se encontraba bien lejos del de hombres.
Recuerdo una conversación de aquella época: un amigo me comentaba que percibía una sobre-exposición de obras escritas por mujeres en las mesas de novedades; que las editoriales se estaban sumando a la “moda” del feminismo para incrementar sus ventas; y que el asunto (esa era la clave) no era la calidad literaria de las obras, sino el género de quien las escribía. Aquella conversación, que nació a raíz del hype de También esto pasará, de Milena Busquets, degeneró en un análisis “crítico” del estado del arte del mundo literario, repleto de lugares comunes y machismos de diversa índole.
Más allá de los aciertos y errores de las editoriales (más o menos deliberados), y del rumbo que sus responsables buscan para sus catálogos, la supuesta sobre-exposición de la que hablaba mi amigo iba teniendo un efecto claro en mis lecturas (y sigue). Sospecho que no solamente me pasa a mí. En todo caso, el porcentaje de autoras en mis listas ha subido de forma espectacular, y en el curso 2023 rozó la equidad, sin que pueda percibir una reducción de calidad literaria. Todo lo contrario. ¿No será que las editoriales publican libros buenos y malos, simplemente, sin que el género tenga nada que ver?
Un apunte: no leo a más mujeres por imposición ambiental. Sigo escogiendo mis lecturas de una manera cuidadosa, como vengo haciendo desde que, hará camino de veinte años, leí en un artículo que el número máximo que una persona puede leer en su vida no supera los 3000 libros (parece una cifra grande, ¿o no?). No leo cualquier cosa. Si un libro cae en mis manos, es porque su calidad literaria es incuestionable. No porque yo lo diga, sino porque con cada lectura se me abre una docena de posibilidades nuevas, y así voy depurando cada vez más mi estilo “lector”.
¿Será que faltaban referentes?
No sé hoy en día, pero cuando era niño, adolescente, muchas lecturas “infantiles” o “juveniles” estaban escritas por mujeres. Como una extensión literaria de la maternidad. La literatura adulta, en cambio, parecía copada por los hombres. Un ejemplo: de entre las lecturas obligadas cuando cursé bachillerato, estaban Crónica de una muerte anunciada, La regenta, Fundación, El misterio sobre el caso Savolta, La sombra del ciprés es alargada,… a ver si adivináis: todas escritas por hombres. Solo recuerdo la presencia del Follas novas, de Rosalía de Castro. Más ejemplos: sólo el 6% de los ganadores del premio Nobel de literatura son mujeres; el prestigioso premio literario Booker Prize era, hasta hace nada, el Man Booker Prize. ¿Cómo íbanos a leer obras escritas por mujeres si no estaban en la mesa de novedades, si los profesores de literatura del instituto no hablaban de ellas? ¿Cómo iba a saber yo en el año 1999 que había más autoras de ciencia-ficción que Ursula K. Le Guin si nadie las traducía, si no llegaban a las librerías, a las bibliotecas? ¿Cómo no ver a las autoras como una excepción?
A día de hoy, en mi santoral literaria particular, mis autores predilectos (McCarthy, Bolaño, Clarke, Cortázar, Chirbes, Knausgard,…) conviven con mis autoras de referencia: Tokarczuc, Travacio, Ólafsdottir, Le Guin (cómo no), Ernoux, Alexievich,… su presencia ha cambiado por completo mi sensibilidad literaria, suponen un enriquecimiento abrumador.
Así que no, no es sólo un asunto de estadísticas.
PD. Os animo a coger vuestras listas y hacer el mismo ejercicio que yo; y no solamente en cuestiones de género. ¿A cuántos autores africanos habéis leído? ¿Qué proporción de obras anglosajonas, hispanas, asiáticas? ¿Cuánto ensayo, cuánta ficción, cuánta poesía? Profundizar en nuestras lecturas es, sin lugar a dudas, profundizar en el conocimiento de nosotros mismos.
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