Matisse, Picasso, Dalí, Renoir, Giacometti, o Cézanne, son nombres y personalidades universales en la historia del arte del siglo XX, no les fue fácil alcanzar la casi inmortalidad, pero lo cierto es que tuvieron menos dificultades que las 17 mujeres de las que te hablaremos en estos "Apuntes alternativos de carrera", que también merecían estar en mi libro de arte. Para este capítulo nos reuniremos con Romaine Brooks, artista más conocida por su labor como retratista, a través de la cual pudo encontrar la vía para reivindicar y empoderar los plenos derechos de las personas LGTBIQ+.
Autorretrato (1923)
Romaine Brooks es conocida por sus retratos, en los que explora la belleza del cuerpo andrógino con aire simbolista y austero, pero también le sirve para interpelar con ellos a las construcciones sociales del género. Con su obra y con su manera de vivir desafía ideas convencionales que recaen sobre las mujeres, como el aspecto que se supone que tienen que mostrar, cómo deben ser sus comportamientos, o el tipo de relaciones que pueden darse entre ellas, al margen de una normas preestablecidas por las estructuras heredadas de una sociedad heteropatriarcal. Es decir, usa todo su potencial visual y vital para asentarse en un claro posicionamiento político a través del realismo pictórico, y pone de manifiesto la existencia de una amplia pluralidad de identidades, géneros y modos de elegir la sexualidad. Mostrando su propia vida en sus cuadros es como afianza el compromiso, aportando visibilidad a la diversidad sexual, al travestismo, al lesbianismo o a las relaciones múltiples (hoy diríamos poliamor), en un infatigable camino hacia la reivindicación de los plenos derechos de las personas LGTBIQ+.
¿Qué circunstancias favorecieron el desarrollo de su trayectoria artística y un modelo de vida tangencial a las normas imperantes de la sociedad del momento? En gran parte, todo hay que decirlo, el dinero. Al morir su madre en 1902 recibió una importante herencia que le dio la libertad económica necesaria para viajar, establecerse en cualquier parte y no tener que rendirle cuentas a nadie. Tras un breve matrimonio con un pianista del que tomó el apellido, se divorció, se cortó el pelo y empezó a vestir con ropas de hombre según la moda de aquel momento, mostrándose de manera deliberada con un aspecto andrógino. Instalada en París desde 1905, comenzó a mantener relaciones con mujeres, muchas de las cuales retrató en sus obras. Inició, continuó y se integró en diversos círculos artísticos y literarios, compuestos en su mayoría por hombres europeos de clases altas, además de expatriados estadounidenses como ella, sobresaliendo como figura de la contracultura artística de su época.
Conocemos casos de otras pioneras en el uso del pantalón, identificado entonces como prenda exclusiva de hombres, como la escritora George Sand o la pintora Rosa Bonheur, pero ¿qué hay detrás de una mujer que se viste de hombre? ¿Cómo debemos interpretar que una mujer use ropa masculina? ¿Las prendas de vestir tienen asignado un género, más allá de su color y su forma? La industria que fabrica la ropa que usamos hoy en día se encarga de explicitarlo, no hay más que entrar en una tienda de cualquier franquicia para identificar la clara separación de las zonas Mujer/Hombre. ¿Era una manera de conseguir un respeto que parecía estar reservado solo a los hombres pero pagando el precio de anular la posibilidad de conseguirlo como mujer? ¿No es en el fondo el travestismo y el hecho de utilizar la misma ropa también una forma de reivindicar un trato igualitario entre ambos sexos? Un trato que no se daba en ningún caso, ni como mujer ni como artista, ya que la forma de alabar los logros artísticos de una pintora a principios del siglo XX aún se medían por comparación con los pintores. Le ocurrió a Romaine Brooks con su obra Azaleas blancas (1910), cuyas quizá bienintencionadas críticas (pintar "como un hombre" era el máximo halago) compararon esta obra con La Maja desnuda de Francisco de Goya (1795-1800) o la Olympia de Éduoard Manet (1863). Los críticos contemporáneos necesitaban apoyarse en obras legitimadas por la historiografía tradicional, sin darse cuenta que delante suyo estaban ocurriendo muchas otras cosas, como el cambio en la mirada activa de la artista en la relación entre la pintora y la modelo.
Azaleas blancas (1910)
El trayecto, 1914
La actriz Ida Rubinstein, icono de la Belle Époque, posó para ella para la obra La France Croisée (1914), un manifiesto antibelicista en contra de la Primera Guerra Mundial. Los críticos nuevamente usaron los referentes tradicionales que manejaban y la compararon con otra, La libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix (1830), impidiendo establecer de manera clara la correcta recepción del sentido de la obra de manera autónoma. Reproducciones de este cuadro se vendieron en la parisina Galería Bernheim para recaudar fondos destinados a la Cruz Roja, y también trabajó como conductora de ambulancias durante la guerra. Los esfuerzos de Romaine Brooks se verían recompensados en 1920 cuando el gobierno francés le concedió la Cruz de la Legión de Honor, la distinción más importante del país a la que hace referencia el color rojo que luce con orgullo en la solapa en su Autorretrato de 1923.
Ida Rubinstein (1917)
La France Croisée (1914)
Su obra está plagada de retratos oscuros con una paleta de blancos, negros, grises, azules, que transmiten frialdad, inquietud y misterio. Ella no se dejó influir por las corrientes fauvistas o cubistas que sofocaban su entorno vanguardista parisino, sino por el simbolismo y los movimientos estéticos del siglo XIX, con autores como James McNeill Whistler. A lo largo de su trayectoria realizó varios autorretratos, donde ella era la protagonista, así como retratos de sus diferentes amantes. Con Natalie Clifford Barney, una escritora abiertamente lesbiana que organizó durante seis décadas salones literarios en su casa de París, Romaine mantuvo una relación que, a la manera que ellas decidieron, duró cincuenta años.
Nathalie Clifford Barney o La Amazona (1920)
En 1925 alcanzó un éxito internacional considerable gracias a la inauguración de varias exposiciones importantes que tuvieron lugar en París, Londres y Nueva York. Aunque abandonó la pintura al óleo tras la Segunda Guerra Mundial, se dedicó durante los años treinta a la realización de más de cien dibujos sobre ángeles, demonios, animales y monstruos, y a la redacción de una autobiografía, No pleasant memories, que incomprensiblemente aún no ha llegado a ser publicada, aunque podemos consultar su transcripción digitalizada aquí (https://transcription.si.edu/project/46143). En 1961, después de casi 30 años cuidándose, retomó los pinceles para realizar un retrato masculino, el de su amigo Uberto Strozzi, a quien había conocido en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando pintó este cuadro Romaine Brooks tenía 87 años.
Ángeles alimentando al burro del Santo (1930)
Lethe (1930)
El Duque Uberto Strozzi (1961)
Pese a haberse formado en pintura en Roma, donde fue víctima de humillaciones y bullying por parte de sus compañeros por ser la única mujer, y posteriormente en París, es un ejemplo más de cómo la aportación de una artista a la historia del arte queda ensombrecida por las anécdotas de su vida personal. Aunque es importante no perder de vista el contexto de vida y de creación de las artistas, sobre todo en casos como el de Romaine Brooks, en el que incorpora a su obra gran parte de sus vivencias personales, en los estudios sobre ella se tiende a destacar más una infancia problemática llena de complejas relaciones familiares, abusos y traumas, y su manera abierta de expresar el amor a las mujeres y su sexualidad, que a la relevancia de su pintura, sus reivindicaciones y su legado artístico.
Su obra cayó en el olvido por no haberse adecuado a las corrientes de vanguardia imperantes en su época y por haber desafiado muchas de las convenciones sociales tradicionales como su independencia económica y su libertad sexual. Desde finales de la década de 1980 comenzó a ser revisada y revalorizada desde la posmodernidad de los Gender Studies, Cultural Studies, Feminist, Gay, Lesbian y Queer Studies por sus exploraciones entre género y sexualidad.
Os recomendamos leer Mujeres malditas pintadas de gris de Amparo Serrano de Haro sobre el arte de Romaine Brooks.