Lo primitivo, la sensibilidad y el gusto por la tierra, que hoy se hereda, alcanzan en estos versos, de nuevo, la materialidad suficiente para palparlos, olerlos y disfrutarlos, como si de una templada mañana de marzo se tratase.
The Day Dream, de Gabriel Rossetti. Jane Morris como musa, de John R. Parsons
Mañana
La tierra que hoy habito, esa me verá marchar
En ella dejaré escritos mis quereres, mis delitos y algo de espuma de mar.
Los miedos que no combatí, ya son guerras perdidas
Mis manos viejas y arrugadas, tras rejas y celosías,
descansarán apretadas a los lados de un árbol viejo,
fundidas con su corteza y sus manchas
Como puertas que se cierran a un mundo sumergido.
El peral que no vence
Observo sus troncos torcidos a través de las ventanas, más nunca salí a tocarlos estrenando la mañana y el rocío bajo sus pies
Ahora los siento más vivos, el sol les toca las alas desde arriba
No me mandes escoger de los perales del huerto
No me quedo con el más recio, más grácil o el más viejo, ellos no tienen edad como yo, aún son jóvenes por dentro
No escojo el del tronco horadado, el del espacio vacío, ni escojo el armonioso cuando es llegado el estío
No le quito la cuna al cuco allá en la rama mecido
Toco sus troncos hoy uno a uno, como pasando revista,
Sus troncos alineados quizá por un capricho, sinuosa línea incorrecta que entretiene mi vista
He pensado en un columpio para sentirlos más cerca, mecerme con el aroma del fruto oyendo crujir su corteza al viento,
mas sería castigarlo en su pureza,
Obligarlo a quebrar no quisiera
Sus troncos barcos naufragados, dentro habitan otras vidas, otros mundos han penetrado tras sus tenues cortinas, se arrastran y les engullen desde el fondo de sus vidas
Me asomo a sus agujeros, curiosa, esquivando la telaraña, mas no quiero saber qué habita sus adentros, quién retuerce sus manecillas
Yo seguiré mientras viva dándole cuerda a sus vidas, aquí, en el glorioso silencio, sin prisas.
Fotografía de 1909
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