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         ISSN 2792-5110

HABLA DE ARTE®

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Daniel Jesús Osuna Hernández

La flor de la evasión: el opio en la literatura del mundo clásico.

Ese tipo de amapola será mejor conocido por los lectores como opio, que es el término con el que ha pasado a la historia de la nocturnidad, la bohemia o el misterio, y en definitiva, a la historia del arte

Fragmento del Ara Pacis, 9 a. C



Por mucho que su uso haya estado etiquetado como algo perjudicial y poco decoroso a lo largo de la historia, de alguna manera, la historia del arte va de la mano de la historia de, llamémoslas sustancias estupefacientes que alteran la percepción, puesto que habrá quien no esté de acuerdo con la denominación de droga por la connotación negativa que este término supone. Y en esta ocasión nos vamos a centrar en una en específico, una variedad de amapola cuya presencia puede pasar desapercibida en cualquier campo mediterráneo o continental que se precie, tras unos días de lluvia intensa o en temporada primaveral. Ese tipo de amapola será mejor conocido por los lectores como opio, que es el término con el que ha pasado a la historia de la nocturnidad, la bohemia o el misterio, y en definitiva, a la historia del arte, como anteriormente se señalaba.


Algo que siempre ha acompañado los decires de las personas adultas es ese mantra de que “la juventud de antes era mucho más sana”, teniendo en cuenta la romantización que se hace sobre ciertas drogas a través del arte actual (la música y el cine principalmente), como pueden ser la marihuana o la cocaína, presentes en tantas letras e imágenes, y en menor grado drogas como el MDMA y/o anfetaminas, o sedantes como la ketamina y el xanax. Y si a ello le sumamos el gran consumo de alcohol y tabaco que se cierne y acrecenta sobre la juventud, unida a la potencial adicción que pueden crear en tanta gente los aparatos tecnológicos, a priori deberíamos darles la razón.


Sin embargo, también habría que recordarles a nuestros mayores que no hace mucho tiempo, por las calles de las ciudades españolas se veían y se concebían como algo quasi normal a zombies con los brazos agujereados disfrazados de transeúntes. Y es que la heroína fue una gran lacra en la sociedad española, de la cual no se obtiene un romanticismo tan idílico con el arte como el que tiene su pariente que en este artículo nos ocupa, el ya mencionado opio (y es que la heroína es un opiáceo).


Comenzamos nuestro viaje, sin necesidad de consumir esta sustancia, por uno de los gigantes clásicos como es Virgilio, quien de una manera muy brillante realiza en el primer libro de las Geórgicas una comparación entre el efecto que el opio causa en la tierra labrada y el que causa en el cuerpo humano:

“Quema la tierra, y lo mismo la avena y la adormidera henchida de sueño leteo”.

Puesto que el opio (o adormidera, que es la manera en la que se la conoce en el mundo clásico) a priori no es más que una mala hierba, que puede crecer en casi cualquier tipo de cultivo, estropeándolos si no se trata a tiempo, Virgilio destaca el sueño que provoca en la persona de quien la tome. Pero no se trata de un sueño apacible, sino un sueño “leteo”, que recordando que el Leteo es el río del olvido, se trataría de un sueño en el que se pierde la percepción y la esencia mientras este dure.


Papaver Somniferum, Köhler´s Medicinal Plants, 1887.


Tal y como sugiere Macarena Calderón en su blog Reinventar la Antigüedad, la adormidera se relaciona de manera directa con Ceres, diosa de los cultivos, y en este caso Virgilio otorga a esta sustancia el poder de apaciguar el dolor a esta diosa cuando su hija Proserpina le fue arrebatada. Sin dejar de ser una teoría, hay quienes sostienen que en el relieve más conocido del Ara Pacis, localizado en Roma, Ceres aparezca adornada con una corona de supuestamente amapolas.


Por su parte, otro de los grandes poetas latinos como es Ovidio, le otorga a esta sustancia “espirituosa” como es la adormidera un carácter mucho más superficial, más mundano y jocoso, pues este poeta asegura que tomar adormidera es incluso recomendable para las mujeres en las primeras citas. Este hecho resulta muy relevante, puesto que el uso de las drogas por siempre ha sido asociado a los hombres, siendo algo deshonroso para ellas. Pero en este caso Ovidio toma de referencia en su libro Fastos a la propia Venus como ejemplo de uso, y así mitificar la sustancia, pues ya no es solo cosa de personas el uso de la adormidera, sino también de dioses:

“Que no avergüence tomar adormidera triturada con leche blanca [...]. La primera vez que la diosa Venus fue conducida ante su deseoso marido bebió esto”

Y es que acorde con la mitología clásica, Venus tomó este brebaje en su noche de bodas con Vulcano, de quien ella no estaba enamorada e incluso aborrecía, para que su noche de bodas fuese más apacible en lugar de un tormento. Posteriormente Venus fue infiel a Vulcano con Marte, lo cual demuestra que la solución de la adormidera no duró eternamente.


Una vez atribuida esta sustancia a los dioses, su mística crece de manera exponencial, así como sus usos y propiedades. Y es que se tiene constancia de que la adormidera, además de la propiedad evasiva que se está tratando en el artículo, era utilizada también con fines calmantes mezclada en diversos ungüentos o ingerida. Esto es algo que no resulta extraño, puesto que el opio es la base de analgésicos potentes tales como la morfina. Por lo tanto, la concepción de la adormidera en la sociedad romana rozaba la de sustancia mágica.


En base a esta concepción mágica se debe rescatar la visión de Propercio el umbro sobre la adormidera, en la que se perciben sus efectos alucinógenos. Estos efectos los describe de una manera muy positiva, rodeada de una estética psicodélica que bien podría inspirar un colorido cuadro de Alex Grey. Acudimos para ello de nuevo al blog de Macarena Calderón para mostrar la traducción de este fragmento de su famosa obra Elegías:

Aquí estaba Pege sobre la cumbre del monte Arganto, húmeda morada, agradable a las ninfas Tiníades. […] y, alrededor, surgían en un regado prado lirios blancos mezclados con purpúreas adormideras. Ya arrancándolas de modo infantil con tiernas uñas, ha preferido las flores a la tarea que se le había requerido, y ya inclinándose sobre las hermosas olas, ignorante, retarda el error con dulces imágenes.

Este texto constituye un paradigma de esa evasión de la que se ha venido hablando en el artículo, que trata de alguien que, bajo los efectos de esta sustancia, elude sus responsabilidades para quedarse embelesado con un paisaje natural. Y es que como es bien sabido, un uso en demasía de esta sustancia produce no ya solo efectos de relajación y letargo, sino psicotrópicos, tal y como se muestran en el fragmento.


Pero como resulta evidente, no todo es color de rosas en el consumo de la adormidera, pues se trata de una sustancia muy potente, la cual, según la persona, puede llegar a provocar efectos muy adversos, incluso la muerte. Pero en esta ocasión no va a ser un servidor quien os sirva un discurso antidrogas, ya lo hace Plinio el Viejo por mí. Este autor, de una manera más ensayística en su Historia Natural, fue quien primero testificó por escrito la muerte de un hombre por un abuso de esta sustancia, con el motivo de padecer una enfermedad ósea. Del mismo modo, también documenta su prohibición en medicinas y otros brebajes dentro del terreno de la salud, aquejando el fortísimo efecto psicotrópico.


Como bien se sabe, el consumo de opio ha trascendido a través del tiempo como una droga (sí, droga) recreativa, romantizándose, bien sea por lo externo de su apariencia tomando la forma de una vistosa flor, o por lo interno de su esencia, por aquella experiencia que puede provocar su consumo. Una experiencia que puede ser mortal para quien acceda a ella, ¿pero qué es la muerte sino el concepto más romántico para quien escribe sobre ella? Por ello quisiera nombrar para finalizar el artículo la obra de Charles Baudelaire, Paraísos Artificiales, porque pienso que no se puede realizar un artículo sobre esta sustancia sin mentar a uno de sus más asiduos compañeros. Y es que el poeta maldito cuenta en la primera parte de la obra, un ensayo, sus experiencias con el jugo de esta flor. El título de El comedor de opio, que es como se titula esta primera parte, ya hace que el lector se figure su contenido.


Baudelaire lo concebía, al igual que tantos otros romantizadores del opio, como un medio para llegar a la verdadera realidad, a la esencia del universo, en una suerte de neoplatonismo. Y sin compartir su pensamiento de ningún modo, pero ciñéndome a la filosofía de quienes vieron en la adormidera algo más que una simple flor, como Virgilio, Ovidio, Propercio o el posterior Baudelaire, finalizaré con su cita:

"La sensatez nos dice que las cosas de la Tierra bien poco existen, y que la verdadera realidad sólo está en los sueños."


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