Y es que en esta historia se unen el pasado, el presente y el futuro con un móvil común: la búsqueda de la eternidad, el prevalecer por y sobre los tiempos.
Traducir poesía latina nos llevó a mí y a mis compañeros a toparnos con el poema V del genuino, y nunca indiferente Catulo, el cual está dedicado a su musa y amada Lesbia, pseudónimo, según se cree, de la patricia Clodia, a quien este personaje tan pasional dedicó gran parte de su obra. Dicho poema comienza con los versos “Vivamus, mea Lesbia, atque amemus…” (Vivamos, Lesbia mía, y amémonos…), una frase que nos lleva a reflexionar una vez más hacia el archiconocido tópico del carpe diem, pues Catulo aboga por exprimir en cada momento su amor por Lesbia, e invita del mismo modo al lector a exprimir el amor en general. Este tópico queda aún más claro avanzando un poco en el poema, en los versos que tanto a mí como a mis compañeras y compañeros nos enternecieron el alma: nobis, cum semel occidit breuis lux, nox est perpetua una dormienda (nosotros, en cuanto acabe nuestra efímera luz, habremos de dormir una noche perpetua), haciendo el verbo occido referencia a la puesta de sol. El motivo de destacar los mencionados versos es porque en ellos aparece la idea de la muerte, una idea la cual va siempre de la mano con el carpe diem en forma del tópico memento mori (recuerda que vas a morir).
En el presente se nos muestra un paisaje tan triste como enternecedor: Tommy e Izzy (Hugh Jackman y Rachel Weisz) son una enamorada pareja, en la que ella sufre de un cáncer terminal al que su amado, oncólogo de profesión, tratará de poner fin por todos los medios, buscando para ello un remedio que él cree posible a través de un compuesto derivado de un árbol de Guatemala que tiene propiedades regenerativas. Ella, asumiendo su realidad de una manera más descarnada y realista que su marido, escribe un libro en el cual el conquistador español Tomás deberá salvar a su país y a su reina Isabel de un oscuro inquisidor que amenazaba con destruirla; y para ello tendrá que viajar a Nueva España, en busca del conocido como árbol de la vida, que traerá prosperidad al reino y supondrá unir a ambos por el resto de la eternidad. Así pues, de esta manera se representa el pasado. En el supuesto futuro aparece Tom, un astronauta en una nave espacial circular, concentrado en llegar a la nebulosa Xibalba, acompañado por un moribundo árbol al que centra todos sus esfuerzos para mantenerlo con vida.
Una vez comentado de manera superficial el argumento, toca analizar esta concepción que el director nos presenta sobre la vida y la muerte. El inicio de la película es muy significativo, ya que aparece la siguiente escritura bíblica:
Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida (Génesis, 3:24).
El elemento del árbol de la vida obtiene una importancia mayúscula, ya que en la cinta aparece como demiurgo, como principio creador de toda forma de vida, pero también como el fin de la misma. Y es aquí donde deja de entrar en juego la herencia filosófica judeocristiana, en la que el fin se concibe como fin terrenal y principio de vida ultraterrenal, en una suerte de neoplatonismo que aboga por la muerte como liberadora de esencias. En este caso lo que entra en juego es la concepción maya de la muerte, en la que el fin de una vida se constituye como principio de otra. Y es que en la película la cultura maya aparece con una simbología muy importante, ya que parte de ella se desarrolla en un territorio que anteriormente era maya, que es donde se encuentra el mencionado árbol de la vida. Este símbolo, también conocido como árbol sagrado, aparece representado en numerosas religiones, y por tanto la película le otorga el derecho de presentarse como símbolo universal de nacimiento de todas las formas de vida, un ente que conecta a los seres con sus raíces, al mundo con su pasado.
Pero como se acaba de comentar, Aronofsky nos ofrece una visión de la vida como parte de la muerte, o muerte como parte de la vida, pues son caras de una misma moneda, que nunca podrían distanciarse una de la otra. Y eso es algo que Tom, Tommy y Tomás no parecen entender a lo largo de la película, pues suponen una representación muy simplificada de la humanidad en sí misma, en su continuo deseo de prevalecer y del remedio para no tener que partir. Pero el árbol de la vida, que representa a la propia naturaleza, es muy sabio, y es sobre quien descansa esta filosofía de muerte como principio de la vida.
Resulta necesario establecer una conexión entre este dogma de la cultura maya y uno de los principales principios de la filosofía New Age, de la cual se puede extraer una lectura a través de la película, y es que esta filosofía concibe la era actual (era Aquarius) como una etapa de renacimiento de la humanidad y prosperidad después de una época oscura, que llega a su culmen en el que se concibe como el siglo más oscuro de todos, el XX. Así pues esta concepción de muerte como principio de vida puede obtener una lectura aplicable en la actualidad, siempre dentro del punto de vista de esta corriente de pensamiento.
El símbolo de Xibalba, que en la película aparece como una nebulosa brillante visionada por Izzi a través de su telescopio. Y es que Xibalba es el nombre que los mayas utilizaban para referirse al inframundo, una referencia que aparece en el Popol Vuh, uno de los pocos resquicios que se conservan de una literatura maya que fue totalmente destruida y olvidada. Por lo tanto, otra vez aparece la muerte, pero esta vez en forma de un brillante cuerpo celeste, coloreado de un hermoso dorado que de nuevo hace que el espectador se cuestione su propia concepción de la muerte como algo oscuro, como un fin, invitándolo a conceptuarla como algo brillante, algo hermoso y necesario puesto que supone un punto y seguido en la eternidad del cosmos, algo así como un ciclo eterno de luz y oscuridad.
¿Acaso está pintando Aronofsky la muerte de un color dorado y luminoso? Esto es algo de lo que probablemente nadie pueda extraer una respuesta clara, debido a la hermosa ambigüedad de esta película, pero lo que sí está claro es que es una película en la que la luz juega un papel capital, y en la que se ilumina especialmente aquello que está cercano a su fin: puertas a finales de largos pasillos, ojos lánguidos y débiles, o personas que asumen el final de su viaje. Es preciso destacar también la presencia del color dorado, el color del oro, de lo valioso, tan valioso como el tiempo, un tiempo que el protagonista está obstinado en gastar en la búsqueda de más tiempo. Y con esto conectamos con el tópico con el que hemos comenzado este relato, con el carpe diem, pero no un carpe diem físico y mundano como el de muchas de las poesías que hemos estudiado, sino desde un punto de vista más profundo, aceptando nuestras realidades, y sin prisa, simplemente viviendo.
Sea cual sea vuestra concepción de la vida y de la muerte, invito a cualquier persona que alguna vez se haya cuestionado acerca de este debate filosófico que lleva persiguiendo al ser humano desde el principio de su experiencia, que lo haga a través de hora y media de una belleza visual que no dejará indiferente al exigente espectador. Acompañada de una belleza auditiva que hará que se viaje astralmente hasta Xibalba en un viaje de ida y vuelta, pues Clint Mansell con la ayuda de Kronos Quartet (conocidos por su trabajo en Requiem for a Dream) y la banda Mogwai consigue elevar al espectador a un viaje astral del que no querrá descender. Y es que para un servidor, la banda sonora de The Fountain supone la banda sonora con la que encuentra la paz y la tranquilidad a veces necesarias para afrontar las vicisitudes y montañas del día a día.
Como no me gustaría que tan solo mi visión sobre este debate sea la que se vierta en este artículo, quisiera finalizarlo con una de las frases que Tommy pronuncia:
La muerte es una enfermedad como cualquier otra, hay una cura. Y yo la encontraré.
Y del otro lado quisiera mostrar la frase de una de las mayores expertas mundiales en la muerte y la cercanía hacia ella, la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross:
Es la negación de la muerte lo que en parte es responsable de la vida vacía , sin sentido.