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Daniel Jesús Osuna Hernández

"Desmigando" El Miajón de los Castúos

El Miajón de los Castúos, por cómo está escrito y por lo que en él se cuenta, la obra literaria que puede definirse como el buque insignia del extremeñismo, de lo castúo.


Campesinos extremeños con el puño en alto. 1936.


Toda persona extremeña que se precie sabe, como si de un dogma se tratara, que la obra literaria referente de la región es El Miajón de los Castúos. Quizás en los últimos tiempos hay quien dude de esta afirmación, ya que las letras del placentino Robe, a las que a través de Extremoduro puso música, para muchos constituyen un derroche de belleza poética que lleva consigo el sello de calidad y la marca de Extremadura, además de un beneplácito por parte del público que traspasa no solo las fronteras regionales, sino también las nacionales. No podemos olvidarnos del gran Luis Pastor, ilustre vecino de Berzocana, profeta dentro y fuera de las tierras castúas, quien le profesa un amor incondicional a su tierra mediante la sensibilidad y la lucha social tan presente en sus letras. De cualquier modo, es El Miajón de los Castúos, por cómo está escrito y por lo que en él se cuenta, la obra literaria que puede definirse como el buque insignia del extremeñismo, de lo castúo. Sin embargo, como ocurre con tantas obras catalogadas como clásicas o de culto (eso pretendo hacer aquí con El Miajón), aunque todo el mundo ha escuchado hablar alguna vez de ellas, por el motivo que sea, no gozan de mucho éxito entre los lectores (extremeños) actuales. Por eso en este artículo vamos a desmigarlo, tirando de un fácil juego de palabras, porque al igual que el pan de pueblo, es un libro que posee una dura corteza, pues se expresa a través de un dialecto rudo, y sin embargo un interior tierno y puro.


Vamos a detenernos en primer lugar en un título que, compuesto por dos palabras muy sonoras como son miajón y castúo, llama la atención por su rudeza, y el hecho de que sean palabras marcadas por un uso muy coloquial refuerzan la idea de ser un libro de poesía desprovisto de florituras y elegantes adornos que se venían dando en un modernismo ya decadente a principios de los años 20 (1921 es la fecha de publicación). El autor de este artículo supone que casi cualquier extremeño, especialmente si es nacido en el sur (Luis Chamizo provenía de Guareña), conoce el significado de miajón como el interior del pan, la miga, “lo blanco”, siendo este el significado que le otorga cualquier diccionario dialectal que se precie. Pero en este caso es necesario hurgar mucho más adentro del pan, para rescatar un significado mucho más profundo que responde a establecer una analogía entre el miajón y la esencia de los extremeños, lo que nos define, el condumio de lo nuestro. Y esta explicación de miajón nos lleva a desentrañar qué nos quiere decir castúo, palabra que el autor asentó en el uso de nuestra lengua, y que el propio autor la define como “castizo, mantenedor de la casta de labradores que cultivaron por sí sus propias tierras”, otorgándole a la tierra la importancia que merece en nuestra región. Sin embargo, resulta necesario matizar que en ningún momento Chamizo habla en su obra acerca del lenguaje y/o dialecto castúo, pues este es un término que se acuñó después para referirse al habla de Extremadura o Extremeñu, que como se ha mencionado anteriormente, es la que se usa en la obra. Conviene acordarse de esta obra a colación de la propuesta que está sobre la mesa de utilizar el habla extremeña en organismos nacionales, donde se ha demostrado una vez más, por la respuesta que ha tenido esta propuesta en el ámbito nacional, lo denostada que se halla nuestra región y la imperante necesidad de hacer valer lo nuestro.



Sería un error para cualquier lector del Miajón no detenerse a leer el precioso prólogo que

preludia la obra, puesto que está escrito desde el sentimiento y la ternura por una autoridad como José Ortega Munilla, per odista y crítico literario que es ni más ni menos que el padre de José Ortega y Gasset. En este prólogo, además de resaltar las cualidades literarias del joven autor, alaba su oficio de tinajero (un oficio que en apariencia es sencillo pero que requiere de maña, como la poesía) y la admiración que profesa a su padre. Junto a lo anterior, Ortega expresa un gran cariño hacia la región extremeña, quizá movido por la procedencia de su madre:

“Pues ved cómo el autor de este libro, el feliz tinajero de Guareña, mientras sus máquinas laboran, mientras los obreros que él dirige se esfuerzan, allá en un cuartito de su casa escribe. Escribe copiando la manera de hablar de sus operarios. Y viaja el poeta para vender sus tinajas, y anda por las montaneras y por las dehesas, y pernocta a las veces en las chozas pastoriles, y se satura del espíritu racial en la conversación de los mercados. Y luego, de todo este caudal de ideas, de sentimientos y de frases expresivas, él realiza el empeño noble que la Providencia le ha confiado: el de convertir en páginas perdurables lo que de otra suerte quedaría en el olvido. Y además dignifica, ennoblece, cubre de gloría esas maneras de la actividad espiritual de su pueblo, y hoy, cuando los bien entendidos otorguen a Chamizo su aplauso, como yo se lo otorgo/ deberán sentirse alegres y contentos los hombres de la montanera, los labriegos de la Extremadura, los que el poeta ha sacado a la luz del aplauso en sus pasiones y en sus quereres, recios como la encina, luchadores como los que crearon su antiguo linaje”.


Considero muy importante la observación que hace Ortega en este prólogo acerca de la varianza del habla extremeña a través de su vasto territorio, así como la reflexión que expresa sobre la riqueza de los dialectos en sí, tan unidos a una tierra y gentes común, subrayando su importancia y la manera en la que deben preservarse y respetarse:


“Nada tan curioso como este estudio de la palabra a través de los kilómetros de una expedición. Diríase que no es el hombre el que habla, sino la tierra, el medio ambiente. La tradición, las costumbres, el paisaje... Así que el que intentara reducir todas las formas idiomáticas a un solo concepto, erraría gravemente, porque ni el amor, ni el odio, ni el negocio, ni la amistad, ni la polémica, ni la concordia, se expresan de igual suerte en Valladolid que en Sevilla. Y ello no es sino la prueba de que la naturaleza se impone y de ella surge todo, quieran o no quieran los doctos”.

Puesto que no se trata de un trabajo de fin de grado (el análisis pormenorizado daría para ello) y la pretensión es que seas tú, dichoso lector, quien te animes a disfrutar de la poesía tan pura y ruda que el querido autor guareñense labró con tanto cariño a nuestra tierra, solamente me atreveré a “desmigar” el poema que abre las puertas a esta obra tan entrañable: ‹‹Compuerta››.


Es ‹‹Compuerta›› un poema para que nosotros, extremeños, podamos llevarnos la mano al pecho, y sacar de dentro ese orgullo regional que durante tanto tiempo ha estado dormido o en muchos casos ni siquiera existía, pues es la seña de Extremadura. Es algo casi mordaz, llevándolo hacia nuestros días, la manera en la que empieza el poema:

“Corre'l tren retumbando / por los jierros de la vía / Retiemblan los recios arcornoques / qu'esparraman al reor del troncón las hojas secas.”

El binomio Extremadura/tren es algo que 102 años después de la escritura del poema se constituye como una de nuestras mayores vergüenzas, por lo que no deja de ser irónico el hecho de que el libro más reivindicativo de lo extremeño comience así. Resulta preciosa la manera que tiene posteriormente el poeta de referirse a los jornaleros extremeños como “gañanes del color de la tierra”, haciendo referencia al tono tiznado de la piel de aquel que pasa largas jornadas bajo el sol, por el cual el autor saca pecho y se siente orgulloso. Después de esto vienen los que, a gusto de quien escribe, son los versos más emocionantes del poema, pues en ellos se dirige a aquellos que se ven obligados a abandonar la tierra en busca de oportunidades, y una vez más es desgarradora la actualidad de dichos versos:


Vusotros, los que vais drento del bicho / que juyendo retumba y traquetea, / ¿no sentís al pasá junto por junto / al mesmo corazón de nuestras tierras / argo asín com'argún juerte deseo / que s'eschanguen del chisme / toas las rueas/ pa queäros aquí, junt'a nusotros, […]

No podía faltar la defensa a ultranza de nuestro habla, la manera en la que naturalmente nos expresamos, sin artificios y sin usar esa forma estándar del español que desde siempre se ha impuesto, tratando de enterrar lo diferente, como si molestase. Vienen a continuación los versos más conocidos de El Miajón de los Castúos:

Y sus dirá tamién cómo palramos / los hijos d'estas tierras / porqu'icimos asina: / jierro, jumo y la jacha / y el jigo y la jiguera.

Finalmente, quería despedir este artículo con la penúltima estrofa del poema en cuestión, aquella que habla de nosotros, de nuestra forma de ser, de la manera en la que abrimos las puertas de nuestras casas, derrochando generosidad y naturalidad, enfatizando el signo extremeño de ofrecer todo a pesar de no tener prácticamente nada, y la manera de sonreírle al mundo a pesar del olvido y las adversidades. Esta estrofa habla pues, de la esencia de ser extremeño:

Y tamién sus dirá que semos güenos, / que nuestra vida es güeña / en la pas d'un viví lleno e trebajos / y al doló d'un viví lleno e miserias: / ¡El miajón que llevamos los castúos/ por bajo e la corteza!

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