Las mujeres hemos sido durante muchos años las eternas olvidadas e ignoradas, aquellas cuyas historias y vidas han quedado relegadas tras las de los hombres; y Carmilla, la primera vampiresa de la literatura, ha sufrido el mismo destino, oculta siempre tras la sombra del considerado como el arquetipo de vampiro: Drácula.
Ilustración de D.H. Friston de la primera publicación de Carmilla en la revista The Dark Blue, 1872.
Si hablamos de literatura y de vampiros, ¿cuál es la primera obra que se os viene a la cabeza? Posiblemente Drácula de Bram Stoker, aunque no descartaría que entre las generaciones más jóvenes también resonara el nombre de Crepúsculo de Stephenie Meyer. Y es que muchos conocemos la existencia del conde Drácula, al que muchas veces se ha considerado como el impulsor del vampiro moderno, pero lo que poca gente sabe es que veintiséis años antes de su publicación, un escritor irlandés, Joseph Thomas Sheridan Le Fanu, dio vida a la vampiresa Carmilla, quien se convertiría en la inspiración de muchas obras posteriores, entre ellas del propio Drácula de Stoker.
Carmilla de Sheridan Le Fanu es una novela corta que relata parte de la juventud de Laura, una joven que vive en Estiria, lugar de procedencia de su difunta madre, una región del norte de Europa a la que padre e hija acudieron en busca de una vida acomodada. Por ello, gran parte de la vida de Laura se ha desarrollado en un schloss, un antiguo castillo feudal al más puro estilo de la novela gótica. Y será en este castillo donde los habitantes de la casa reciban la inesperada visita de Carmilla, una joven que sufre un accidente de carruaje en las inmediaciones del schloss, lo que obliga a su madre a dejarla al cuidado de Laura y de su padre mientras ella prosigue con un viaje al que alude como de vida o muerte. A partir de aquí, y durante la estancia de Carmilla en el castillo, la tranquilidad de la familia se verá irrumpida por una serie de sucesos extraños que parecen tener relación con la enfermedad que asola al pueblo.
«El demonio que traicionó nuestra insensata hospitalidad es el responsable. Creí estar recibiendo en mi casa a la inocencia, a la alegría, a una compañera encantadora…»
Si algo caracteriza a esta obra es su protagonista, Carmilla, una joven a la que todos describen como un ser de extraordinaria belleza, aunque de extrañas costumbres y actitudes. Y será Laura la que en primera persona sea testigo de la extraña forma de ser de su nueva amiga, quien se muestra, en ocasiones, excesivamente cariñosa y apasionada con ella. Y es que si algo destaca de esta novela, sobre todo teniendo en cuenta la época en la que se escribió, es la claridad con la que se muestra el tema de la sexualidad, la cual arrastra a Laura a un estado de confusión absoluto al no entender por completo la forma que tiene Carmilla de tratarla, en ocasiones yendo más allá de lo que sería normal en una amistad. Y es que Carmilla no es solo la primera vampira, sino también, muy seguramente, uno de los primeros referentes lésbicos de la literatura. Y será, en parte, esta muestra de su sexualidad la que también convierta a nuestra vampira en una gran referente de lo que conocemos como femme fatale, la villana que usa su sexualidad para atraer al protagonista y/o héroe de la historia.
D.H. Friston, Carmilla en la revista The Dark Blue, 1872.
«Lo cierto es que no sabía explicar las sensaciones que me producía la hermosa forastera. Me sentía, como había dicho, “atraída hacia ella”, pero también había una sombra de repulsión. En medio de esa sensación ambigua, sin embargo, la atracción dominaba inmensamente.»
Sin duda, aún a día de hoy, Carmilla sigue siendo una novela de vampiros fuera de lo común, con una protagonista lesbiana que encarna a la perfección el personaje de la femme fatale. Una novela corta cargada de tensión, no solo en cuanto al tema del terror y los vampiros, sino también sexualmente hablando.