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José Joaquín Hidalgo Saavedra

Aquí yace Altazor fulminado por la altura

Huidobro, vanguardista nato, rebelde y libertario, autor de manifiestos rompedores,

arquitecto de este movimiento, plasmará la máxima expresión creacionista en su obra

Altazor.



Manicura de la lengua es el poeta

Mas no el mago que apaga y enciende

Palabras estelares y cerezas de adioses vagabundos

Muy lejos de las manos de la tierra

Y todo lo que dice es por él inventado


En 1915 fue expuesto en Moscú la obra Cuadrado negro, de Malévich: el arte había

experimentado un giro, o, como yo me atrevo a llamarlo, un “anti-renacimiento”.

Huidobro, quien, como joven pero talentoso escritor, viajaría a Europa en 1916, sería

espectador y partícipe de esta revolución.


Huidobro se instaló en París en la Europa de la posguerra, la misma que

comenzaba el proceso de “licuación” del que nos habla Bauman 1 . Como se afirma en el

documental, la época en la que Huidobro emigra a Europa coincide con el proceso de

transición de los “sólidos” a los “líquidos”; es decir, la modernidad y su relato, su

cosmovisión e idiosincrasia, agonizaba en un momento en el que se dejaba entrever una

nueva época. Todavía faltaban los acontecimientos que rodearon a la Segunda Gran Guerra

para que el proceso finalizara y se materializara lo que se venía anunciando, pero los artistas

fueron esos perros que ladran y huyen antes de los terremotos. Y eso es precisamente lo

que anuncia Malévich con su Cuadrado negro: “placer desde la pena”; es decir, lo que se

viene desde donde no lo hay aún; la paleta de colores posteriores al vacío del negro más

rotundo.


Es en este proceso de transición en el que nace el movimiento vanguardista, justo

entre la exposición de Cuadrado negro en Moscú y la exhibición de las Brillo box de Warhol en

Manhattan. Como nos señala C. Danto 3 , en el marco artístico, el canon mimético de Vasari,

presente desde el Renacimiento, empezaba a tambalearse y a alumbrar, de este modo, la

época de los manifiestos, la época del canon de Greenberg: los artistas ya no intentaban

imitar la realidad en sus obras de arte, sino crear una nueva puramente artística desde la

verdadera esencia del arte (que sería una distinta para cada manifiesto). Más tarde también

quedaría obsoleto este movimiento artístico en pro del “arte posthistórico” del que nos

habla el autor. Pero, dejando eso a un lado, uno de estos movimientos vanguardistas fue el

de Huidobro, el creacionismo; su manifiesto, el Non serviam.


Non serviam. No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo”, escribe

Huidobro en su manifiesto. Esto es un grito de rebeldía, independencia y soberbia. El

poeta quiere dejar de imitar y comenzar a crear; quiere liberarse de los límites del lenguaje

de los que hablaba (en esta misma época) Wittgenstein para, no ya solo conocer la totalidad

de su mundo, de lo real, sino para crear una realidad poética propia. Es por ello que,

hablando en términos wittgensteinianos, juega; juega y crea su propio juego de lenguaje, un

meta-juego de lenguaje con el que, más que decir, pretende mostrar lo inefable.


El creacionismo se plantea lo obsoleto del lenguaje e intenta renovarlo, a la par que

potenciarlo, mediante juegos y experimentos lingüísticos, poéticos y expresivos que

apuntan a la creación. Huidobro intenta romper la campana de cristal lingüística y

adentrarse en ese “campo inexplorado” (Canto V) que hay más allá. “De lo que no se

puede hablar es mejor callar” 5 , pero Huidobro es de espíritu rebelde y libertario, por lo que contesta altivamente y de forma tácita al austriaco con su soberbia poesía, con su altanero y

trascendente Altazor, con un viaje en caída por lo indecible.


Para Huidobro y el creacionismo el poeta es un pequeño gran Dios, un demiurgo,

que deja atrás el mundano mimetismo artístico para adentrarse en la fabricación de marcos

propios, tanto en forma como en fondo, valiéndose de una amalgama de razón e

imaginación. Como se le oye decir a Jesús G. Maestro en alguna de sus clases online, el

creacionismo supone una “locura de diseño”: utiliza la imaginación como fuerza creadora

de nuevo contenido sorprendente y original, pero siempre desde un punto de vista lúcido,

consciente y sobrio.


En definitiva, el objetivo del autor creacionista es el de dar a luz una creación

propia, novedosa y original, basada en una (re)interpretación creativa y alternativa de la

realidad que quiere dejar atrás rompiendo el espejo del que hasta entonces se habían valido

los artistas para confeccionar sus obras.


Huidobro, vanguardista nato, rebelde y libertario, autor de manifiestos rompedores,

arquitecto de este movimiento, plasmará la máxima expresión creacionista en su obra

Altazor.


En su obra magna, Huidobro nos presenta a Altazor como una trinidad de

“hombre”, “poeta” y “mago” (prefacio). Desde esta perspectiva múltiple, el mismo Altazor

nos cuenta la historia de sí mismo como hombre, como poeta y como mago (creador,

demiurgo; que enlaza en cierta media con la actitud de poeta). Comienza así un viaje en

paracaídas, como anuncia también en el prefacio, que no es más que una caída de sí mismo

en sí mismo, en “sus tres mismos” que hemos mencionado (“cae al fondo de ti mismo”).

Esta caída es, por tanto, a mi entender, poliédrica: comienza en distintas cimas y termina en diferentes suelos, conformando una amalgama poética de temas e imágenes metafísicas. Así

podemos entender, a rasgos generales, la caída de Altazor desde el nacimiento de su ser

hasta la muerte del mismo, con paradas en la exploración de su interior y su vida; a la vez

que también podemos entenderla como el viaje desde de los inicios de una actitud poética

hasta el final de esta.


Esta idea de componer una obra como un viaje de caída acaba conformando una

estructura que, como bien afirma René Costa 6 , supone una especie de “progresión

discontinua” en la que, de forma un tanto inconexa (Altazor es un conjunto de fragmentos

publicados en distintos momentos de la vida de Huidobro), se nos presentan distintos

temas, imágenes, cuestiones, juegos. No obstante, esta particular progresión, salvando su

heterogeneidad, conforma cierta unidad guiada, ante todo, no por el carácter introspectivo

del viaje (que en cierta medida también), sino por su cara de exploración poética: el

desarrollo de Altazor está guiado por una desarticulación progresiva del lenguaje.


Esta estudiada entropía lingüística, esta desarticulación del castellano, en el prefacio

de la obra se presenta muy tímida pero, paulatinamente, se va radicalizando hasta culminar

de forma “trágica” en el último canto. A medida que el viaje metafísico de Altazor (en

actitud de hombre) se torna más inefable, el lenguaje que utiliza (en actitud de poeta y

mago) agota sus usos normativos y naturales, y se encuentra ante la necesidad de explorar

nuevas formas para poder continuar con la descripción de los paisajes y experiencias de la

caída:


“Hay que resucitar las lenguas”, dice Huidobro (o Altazor) en el canto III, donde

se toma conciencia de la nueva necesidad y se comienza así a entrever la desesperada

experimentación lingüística. Ya en el canto IV comienzan a aparecer neologismos como

“eterfinefrete” y jitanjáforas como “tralalí tralalá”, dispersas en fragmentos encabezados por la sentencia “no hay tiempo que perder”, que exhorta a sumarse al movimiento de la

nueva poética. Después, el canto V comienza con el verso “aquí comienza el campo

inexplorado”, forma de anunciar un creacionismo más serio y puro en el que las

asociaciones “ilógicas” (“un sol que llaman giraflor”) y los neologismos o jitanjáforas

conforman la totalidad del uso del lenguaje. En el canto VI esta tendencia se radicaliza

para, finalmente, culminar (o explotar) en la anarquía lingüística del canto VII, donde el

valor de las palabras pierde totalmente el sentido léxico o semántico en pro solamente del

fónico. Con estos versos se cierra el séptimo canto: “io ia / i i i o / Ai a i ai a i i i i o ia”.


En el último canto “yace Altazor fulminado por la altura”. La caída ha terminado

como terminan todas las caídas: en una onomatopeya del dolor. El hombre cae en la

muerte, lejos de la eternidad; el poeta y el mago caen en la entropía lingüística, el

agotamiento de los intentos de crear y reflejar mundos inefables.


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