Huidobro, vanguardista nato, rebelde y libertario, autor de manifiestos rompedores,
arquitecto de este movimiento, plasmará la máxima expresión creacionista en su obra
Altazor.
Manicura de la lengua es el poeta
Mas no el mago que apaga y enciende
Palabras estelares y cerezas de adioses vagabundos
Muy lejos de las manos de la tierra
Y todo lo que dice es por él inventado
En 1915 fue expuesto en Moscú la obra Cuadrado negro, de Malévich: el arte había
experimentado un giro, o, como yo me atrevo a llamarlo, un “anti-renacimiento”.
Huidobro, quien, como joven pero talentoso escritor, viajaría a Europa en 1916, sería
espectador y partícipe de esta revolución.
Huidobro se instaló en París en la Europa de la posguerra, la misma que
comenzaba el proceso de “licuación” del que nos habla Bauman 1 . Como se afirma en el
documental, la época en la que Huidobro emigra a Europa coincide con el proceso de
transición de los “sólidos” a los “líquidos”; es decir, la modernidad y su relato, su
cosmovisión e idiosincrasia, agonizaba en un momento en el que se dejaba entrever una
nueva época. Todavía faltaban los acontecimientos que rodearon a la Segunda Gran Guerra
para que el proceso finalizara y se materializara lo que se venía anunciando, pero los artistas
fueron esos perros que ladran y huyen antes de los terremotos. Y eso es precisamente lo
que anuncia Malévich con su Cuadrado negro: “placer desde la pena”; es decir, lo que se
viene desde donde no lo hay aún; la paleta de colores posteriores al vacío del negro más
rotundo.
Es en este proceso de transición en el que nace el movimiento vanguardista, justo
entre la exposición de Cuadrado negro en Moscú y la exhibición de las Brillo box de Warhol en
Manhattan. Como nos señala C. Danto 3 , en el marco artístico, el canon mimético de Vasari,
presente desde el Renacimiento, empezaba a tambalearse y a alumbrar, de este modo, la
época de los manifiestos, la época del canon de Greenberg: los artistas ya no intentaban
imitar la realidad en sus obras de arte, sino crear una nueva puramente artística desde la
verdadera esencia del arte (que sería una distinta para cada manifiesto). Más tarde también
quedaría obsoleto este movimiento artístico en pro del “arte posthistórico” del que nos
habla el autor. Pero, dejando eso a un lado, uno de estos movimientos vanguardistas fue el
de Huidobro, el creacionismo; su manifiesto, el Non serviam.
“Non serviam. No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo”, escribe
Huidobro en su manifiesto. Esto es un grito de rebeldía, independencia y soberbia. El
poeta quiere dejar de imitar y comenzar a crear; quiere liberarse de los límites del lenguaje
de los que hablaba (en esta misma época) Wittgenstein para, no ya solo conocer la totalidad
de su mundo, de lo real, sino para crear una realidad poética propia. Es por ello que,
hablando en términos wittgensteinianos, juega; juega y crea su propio juego de lenguaje, un
meta-juego de lenguaje con el que, más que decir, pretende mostrar lo inefable.
El creacionismo se plantea lo obsoleto del lenguaje e intenta renovarlo, a la par que
potenciarlo, mediante juegos y experimentos lingüísticos, poéticos y expresivos que
apuntan a la creación. Huidobro intenta romper la campana de cristal lingüística y
adentrarse en ese “campo inexplorado” (Canto V) que hay más allá. “De lo que no se
puede hablar es mejor callar” 5 , pero Huidobro es de espíritu rebelde y libertario, por lo que contesta altivamente y de forma tácita al austriaco con su soberbia poesía, con su altanero y
trascendente Altazor, con un viaje en caída por lo indecible.
Para Huidobro y el creacionismo el poeta es un pequeño gran Dios, un demiurgo,
que deja atrás el mundano mimetismo artístico para adentrarse en la fabricación de marcos
propios, tanto en forma como en fondo, valiéndose de una amalgama de razón e
imaginación. Como se le oye decir a Jesús G. Maestro en alguna de sus clases online, el
creacionismo supone una “locura de diseño”: utiliza la imaginación como fuerza creadora
de nuevo contenido sorprendente y original, pero siempre desde un punto de vista lúcido,
consciente y sobrio.
En definitiva, el objetivo del autor creacionista es el de dar a luz una creación
propia, novedosa y original, basada en una (re)interpretación creativa y alternativa de la
realidad que quiere dejar atrás rompiendo el espejo del que hasta entonces se habían valido
los artistas para confeccionar sus obras.
Huidobro, vanguardista nato, rebelde y libertario, autor de manifiestos rompedores,
arquitecto de este movimiento, plasmará la máxima expresión creacionista en su obra
Altazor.
En su obra magna, Huidobro nos presenta a Altazor como una trinidad de
“hombre”, “poeta” y “mago” (prefacio). Desde esta perspectiva múltiple, el mismo Altazor
nos cuenta la historia de sí mismo como hombre, como poeta y como mago (creador,
demiurgo; que enlaza en cierta media con la actitud de poeta). Comienza así un viaje en
paracaídas, como anuncia también en el prefacio, que no es más que una caída de sí mismo
en sí mismo, en “sus tres mismos” que hemos mencionado (“cae al fondo de ti mismo”).
Esta caída es, por tanto, a mi entender, poliédrica: comienza en distintas cimas y termina en diferentes suelos, conformando una amalgama poética de temas e imágenes metafísicas. Así
podemos entender, a rasgos generales, la caída de Altazor desde el nacimiento de su ser
hasta la muerte del mismo, con paradas en la exploración de su interior y su vida; a la vez
que también podemos entenderla como el viaje desde de los inicios de una actitud poética
hasta el final de esta.
Esta idea de componer una obra como un viaje de caída acaba conformando una
estructura que, como bien afirma René Costa 6 , supone una especie de “progresión
discontinua” en la que, de forma un tanto inconexa (Altazor es un conjunto de fragmentos
publicados en distintos momentos de la vida de Huidobro), se nos presentan distintos
temas, imágenes, cuestiones, juegos. No obstante, esta particular progresión, salvando su
heterogeneidad, conforma cierta unidad guiada, ante todo, no por el carácter introspectivo
del viaje (que en cierta medida también), sino por su cara de exploración poética: el
desarrollo de Altazor está guiado por una desarticulación progresiva del lenguaje.
Esta estudiada entropía lingüística, esta desarticulación del castellano, en el prefacio
de la obra se presenta muy tímida pero, paulatinamente, se va radicalizando hasta culminar
de forma “trágica” en el último canto. A medida que el viaje metafísico de Altazor (en
actitud de hombre) se torna más inefable, el lenguaje que utiliza (en actitud de poeta y
mago) agota sus usos normativos y naturales, y se encuentra ante la necesidad de explorar
nuevas formas para poder continuar con la descripción de los paisajes y experiencias de la
caída:
“Hay que resucitar las lenguas”, dice Huidobro (o Altazor) en el canto III, donde
se toma conciencia de la nueva necesidad y se comienza así a entrever la desesperada
experimentación lingüística. Ya en el canto IV comienzan a aparecer neologismos como
“eterfinefrete” y jitanjáforas como “tralalí tralalá”, dispersas en fragmentos encabezados por la sentencia “no hay tiempo que perder”, que exhorta a sumarse al movimiento de la
nueva poética. Después, el canto V comienza con el verso “aquí comienza el campo
inexplorado”, forma de anunciar un creacionismo más serio y puro en el que las
asociaciones “ilógicas” (“un sol que llaman giraflor”) y los neologismos o jitanjáforas
conforman la totalidad del uso del lenguaje. En el canto VI esta tendencia se radicaliza
para, finalmente, culminar (o explotar) en la anarquía lingüística del canto VII, donde el
valor de las palabras pierde totalmente el sentido léxico o semántico en pro solamente del
fónico. Con estos versos se cierra el séptimo canto: “io ia / i i i o / Ai a i ai a i i i i o ia”.
En el último canto “yace Altazor fulminado por la altura”. La caída ha terminado
como terminan todas las caídas: en una onomatopeya del dolor. El hombre cae en la
muerte, lejos de la eternidad; el poeta y el mago caen en la entropía lingüística, el
agotamiento de los intentos de crear y reflejar mundos inefables.
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